El 15 de junio de 2040, Laura caminaba por las calles de Madrid, que ahora eran casi irreconocibles. La contaminación había desaparecido gracias a los techos verdes y a los sistemas de energía renovable que cubrían cada edificio. No había coches de gasolina, solo vehículos eléctricos silenciosos y bicicletas voladoras que la gente usaba para moverse rápidamente.

Desde su implante neuronal, Laura accedió al sistema de transporte público sin necesidad de tarjetas o teléfonos. Se dirigía a su trabajo en una empresa que desarrollaba inteligencia artificial para la educación, ayudando a niños de toda Europa a aprender en su idioma nativo con hologramas interactivos.

Recordó cómo, en 2025, la crisis climática parecía imparable y la gente temía por el futuro. Sin embargo, en los últimos 25 años, Europa había logrado cambios radicales en sostenibilidad y tecnología. Ahora, las ciudades eran más verdes, la desigualdad había disminuido y la vida era más equilibrada.

Laura sonrió. El futuro que había soñado de niña se había hecho realidad.