Un cálido rayo de luz acaricia mis mejillas, abro los ojos y escucho el canto de los pájaros, estamos a cuatro de febrero de 2050. En el momento en el que me despierto mi propia casa realiza el café como a mi me gusta y puedo disfrutar de unos minutos para despertarme a mi ritmo. Sonrío mientras observo como un gorrión macho enseña a su pequeño gorrioncito cómo funciona el mundo. Cierro los ojos un momento recordando aquél día en el que lo perdimos todo por culpa de la avaricia humana, un tercio de la población ha fallecido en inundaciones, sequías y otras catástrofes de las que ya avisaron los científicos y nadie quiso escuchar. Ese día se produjo un punto de inflexión y los supervivientes decidieron que era el momento de cambiar, aprendieron, a las malas, que la supervivencia del ser humano depende de cómo se relacione con su entorno. Quizá seguimos siendo egoístas y aceptamos a regañadientes esta nueva realidad, pero yo estoy feliz de estar viva y poder contemplar este cambio, esta nueva era donde la tecnología y economía van de la mano con la naturaleza. Suena el teléfono y dejo de recordar esos días de angustia, es mi hijo que viene a visitarme con su recién nacida. Veo sus mejillas coloradas y su plácido rostro durmiebdo, no puedo evitar esbozar una sonrisa pensando que son ellos quiénes continuarán con este legado, solo espero que no les pueda la avaricia como ha ocurrido en la Historia y se aparten de este buen camino que parecemos llevar.